Fui creyente. Fui devoto. Fui siervo. Llevé cadenas con el nombre de “amor”, y me dijeron que eso era libertad. Me arrodillé ante altares que olían a incienso y a sangre. Escuché voces que decían hablar en nombre de lo divino, pero que solo servían al poder, al miedo, al control. Y un día, en medio de un silencio que ya no soportaba, Sali del templo a ver para que servía todo aquello en la vida real.[JV1]
No fue una traición. Fue un acto de supervivencia. Porque cuando el dios que adoras se convierte en tu carcelero, cuando el “amor” que predican exige tu sumisión, tu dinero, tu razón, tu alma… entonces dejar de creer no es herejía. Es resistencia.